PARTE ANIMAL

     Cuando encontraron las cuevas de Lascaux en Francia,  cuyas pinturas rupestres fueron atribuidas a los primeros Homo Sapiens, fue cuando por primera vez se consideró al hombre como artista, tras la enorme evidencia y testimonios que daban cuenta que podían producir imágenes únicas y narrar su tiempo y visión.

     El tesoro encontrado en esos dibujos de animales me hace preguntarme sobre su relación con ellos, ya no desde la necesidad de alimento, sino desde un lugar más humano, desde la necesidad de crear objetos que trasciendan la muerte… otra vez… el arte.  

     Recorremos las pinturas de animales y nos sorprendemos por su belleza, sus líneas delicadas, gestuales, cargadas de sensibilidad y nos topamos con otra realidad, una narración del espacio que compartieron con animales. Imágenes que nos llevan a plantearnos la diferenciación con los animales o “la vida indiferenciada a la conciencia”, porque esos son conceptos que se fueron construyendo con la “ciencia”.

     Las pinturas de Lascoux  presentan un bestiario, donde tratamos de entender la cosmovisión manifestada en el encuentro sagrado con los animales y la ambivalencia que significaba  la caza de estos como alimento.

     La antropóloga francesa Éveline Lot-Falck, dice que “el cazador ve al animal como su semejante”. Su superioridad sólo se afirma a nivel técnico, y que “el animal es superior en varios aspectos” (fuera física, agilidad, oído, olfato), pero sobre todo es superior en lo que se refiere al poder espiritual que es estar en contacto estrecho con las fuerzas naturales, y por esta razón  está más cerca de la divinidad.

      Según Bataille el animal de las cuevas de Lascaux está revestido de una dignidad intacta, más cerca por tanto de lo divino. Los frescos eran incluidos en rituales en donde el efecto de conjunto de las figuras le da un movimiento   “danza del espíritu” a las cuevas, que implicaba un ordenamiento con intensión “espontaneidad del genio”. No respondía a convenciones   ni eran dominados por la rutina, sino que el arte de los primeros hombres  tenía la libertad que el autor llama “genio” .

      Es tal vez por esas libertad que nos sentimos más tocados, porque no se enmarca en ningún casillero, más que en el de expresar y narrar su historia y vivencias.

      Así imagino el concepto del arte, trasladando esos conceptos al tiempo y espacio actual, donde el arte sigue buscando expresar por encima de las subordinaciones, alejándose de los parámetros, pero al mismo tiempo buscando concordancia con el mundo en que se encuentra inmerso, nutrido en la reflexión de saberes comunitarios y producciones de las sociedades humanas primitivas.

      Junto todas estas ideas, y no me resultan extraños algunos textos que relacionan lo humano con lo animal, donde la relación con los animales va más allá de la superioridad que en la sociedad actual damos por sentado.

      Paul Eluard con su poesía que lleva por título “Los animales y sus hombres” es uno de ellos, así como Cortazar y su obsesión con la observación del Axolote en un acuario de París, donde termina reconociéndose como tal y haciendo reflexiones respecto a su quietud, comunicación, ambivalencia de la humanidad y su parte animal.

      De igual manera Kafka en su “Informe para una Academia” les habla a la los “académicos” ironizando lo humano como lo racional y los roles mono-humano. Un mono que se convierte en humano y relata cuando fue herido y atrapado durante una expedición y su proceso de humanizarse. Relata la vida anterior del mono antes de ser capturado, luego su experiencia enjaulado, el proceso de amaestramiento,  y finalmente su vida en el mundo civilizado. Relata su angustia interior y el engaño a sí mismo que significa vivir en medio de las convenciones pautadas. Es una lectura que me obliga a pensar en varios temas no muy sencillos de encarar, como son las diferencias reales entre los humanos y los animales, la explotación animal; pero sobre todo, me hace repensar el concepto de libertad.

     Nietzsche hace otro análisis sobre el hombre, la bestia y el tiempo; que resulta abrupto para la época. Nos dice por su parte que queremos servir a la historia solamente cuando esta sirve a la vida. El hombre que se considera superior a la bestia lo contempla pero envidia su felicidad y despreocupación. Su capacidad de asombro, que sólo puede ser porque los animales no tienen noción del tiempo y son sinceros, ya que no tienen más pretensión de ser lo que son, y por tanto, no viven de una manera “histórica”. Para el hombre en cambio la vida es la sucesión ininterrumpida de momentos pasados, negándose a sí mismo en el transcurrir del tiempo. Nietzsche afirma que cada uno debe organizar su propio caos y atender sus verdaderas necesidades. Todo lo importante está en el presente puro.

     Pienso cuántas personas se cuestionan y se enfrentan con su parte animal. La frontera entre lo humano y lo salvaje, donde con aullidos nos comunicamos y en cavernas nos escondemos. Donde nos protegemos con pieles de la intemperie y a pesar de ello no nos queremos reconocer animales, nos dejamos desamparados. Nos llevamos a ser triviales en nuestras afirmaciones, a desdeñar lo natural, la vejez, las diferencias y lo desconocido.

     La vida siempre es lo que existe “antes” y vamos buscando dónde quedarnos sin encontrar el lugar, porque nuestra vida es tan antigua como la humanidad, contiene la vida de los primeros hombres, como cuando vemos en nuestros hijos una parte nuestra, también venimos de otras especies; compartimos órganos, rasgos,  otras formas de vida y seguimos construyéndonos. Porque nada muere, sino que se transforma.

 Notas: Las obras de este proyecto fueron realizadas a partir de fotos, edición digital y collage. Algunas obras de esta serie impresas en Fine Art sobre canvas están disponibles en la tienda de este sitio.