Piel

Mi piel, fuente de las significaciones que remite mi ser, es límite y a la vez continuidad. Es la barrera del contacto entre lo que contiene mi cuerpo y el medio exterior, la responsable de permitir el contacto o rechazarlo. 

Tiene sus propias leyes y características simbólicas, es receptora del dolor y de la caricia, y tiene reacciones racionales, afectivas y sentimentales. Me expone como lenguaje y materializa mi existencia con un horizonte de significados y revelaciones. 

Mis arrugas como signo del tiempo y de recorrido. Mis cicatrices, como recuerdos de percances, caídas, intervenciones o llagas. Mis manchas, pecas y lunares como relatos de procedencia, genética y relación con el ambiente. La piel es mi registro, mi mapa de historia, huella, impronta y vestigio. 

No sólo se eriza ante el frío, también lo hace ante sensaciones de miedo o de impresión, es una respuesta de mi organismo ante un cambio brusco en las emociones intensas. Con este proceso inmediato, mi piel manifiesta su fortaleza al regular las células y su comportamiento en función del entorno; pero también su fragilidad, al reaccionar a situaciones movilizadoras.

Es por mi piel por donde se conectan los abrazos y las relaciones afectivas. “Funciona como un sofisticado termómetro que registra la intensidad de mis emociones y es una superficie que las revela de manera indirecta cambiando su color, textura o salud. 

Buscando contención, mi piel se recubre de abrigo, apropiándolo y resignificándolo como protección, calidez, ternura…. abrazo; alcanzando los afectos, los encuentros, desencuentros y resistencias. O dejándonos a la intemperie, en el frío, aislamiento, desconcierto y desamparo.

 

 

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